viernes, 22 de junio de 2012

Más sobre la verdad y la mentira en política


A propósito de la verdad en política, se presentó recientemente el caso de un spot propagandístico del PAN en el aparecía López Obrador haciendo declaraciones a favor de la violencia como método para obtener el poder. El pedazo que los publicistas del PAN reprodujeron en ese video está tomado de un discurso en el cual AMLO sostiene lo contrario.  Se trata del caso, típico en una sociedad en donde los valores fundamentales de la democracia están menguando, de acusar a un político de decir exactamente lo contrario de lo que afirma.

La incongruencia fue hecha notar, por periodistas distinguidos de ese partido, a los encargados de la campaña de Josefina Vázquez Mota, a quienes se les solicitó que “bajaran” el spot, pues iba en contra de los principios de veracidad y causaba detrimento de la imagen de honestidad de la candidata. Me consta que la respuesta de éstos fue que no importaba, y de hecho mantuvieron ese spot en onda hasta que la autoridad electoral los obligó a quitarlo.

Me duele tener que llegar a la conclusión de que el partido, que durante años se declaró por la honestidad y por la lucha a la corrupción, haya llegado a tal grado de cinismo. El hecho de que esa especie de maquiavelismo (por demás ingenuo) vaya ganando terreno en el partido “de inspiración humanista” no me ayuda a ver con optimismo el futuro de la democracia en mi país.

NOTA: Puede ser que la expresión “maquiavelismo ingenuo” sea un oxímoron, per responde a una triste realidad de transformación de lo mejor en lo peor: optima pessima corruptio.

La radicalización de los gobiernos de izquierda


Algunos politólogos (como Norberto Bobbio, por ejemplo) han intentado redefinir la clasificación de "izquierda y derecha", declarándola poco eficaz en politología. Sin embargo, la distinción sigue siendo funcional en la política real, ya que partidos y candidatos en muchos países usan los términos “izquierda” y “derecha” para sus campañas. Es el reciente caso en Francia, donde François Hollande combatió desde la izquierda a Sarkozy y, gracias a que su propuesta se denominó precisamente "de gauche", pudo coaligar en torno a su candidatura diversas formaciones políticas y ganar así las elecciones el mes pasado. Hollande llamó a votar por él incluso a aquellos ciudadanos "de izquierdas" pertenecientes al Frente Nacional.

Ahora, lo interesante es que en su gabinete, que tiene apenas un mes, Hollande ha puesto personajes que ya le están provocando algún dolor de cabeza, pues éstos han ido radicalizando las propuestas de acción política del nuevo gobierno francés a pesar de la clara indicación del presidente a sus ministros de que fueran disciplinados y ejemplares y de que no le hicieran ruido. Por ejemplo, la Señora Cécile Duflot, ministra de la igualdad de los territorios y de la vivienda, ya propuso la liberalización del cannabis. Mme. Duflot tuvo que explicar que cuando se pronuncia a favor de la marihuana, lo hace en tanto que “secretaria nacional de Europa Ecología” y tuvo que aclarar, además, que ésa “no es la posición del Gobierno”.

A la radicalización dentro del gobierno, corresponden otras tomas de posición externas como las del periodista francés Thierry Jaillet (quien durante la campaña electoral se había pronunciado en favor de Hollande llamándolo el "presidente moral"). Este periodista, que se dice católico, lamenta que "su" Iglesia no pueda aceptar las propuestas radicales que “seguramente” hará el nuevo gobierno sobre el reconocimiento de los llamados "matrimonios" entre homosexuales o sobre la adopción de niños y niñas por parte de éstos ("Le mariage homosexuel libère l'Église", Le Monde, 5 junio 2012).

Eso de la radicalización de los gobiernos de izquierda no es nuevo. Se pudo ver ya, por ejemplo, en Chile a principios de los años '70, en donde el gobierno de Salvador Allende fue constantemente rebasado por la izquierda hasta que, en septiembre de 1973, el golpe militar puso fin a la ingobernabilidad y le quitó el mando y la vida (y de paso mandó al destierro, cuando no a la cárcel o al paredón, a la democracia chilena).

Y es que los candidatos de izquierda, para ganar las elecciones y formar gabinetes, necesitan del apoyo de una vasta gama de movimientos y partidos, los cuales no necesariamente tienen como visión la gobernabilidad y el mantenimiento de las instituciones democráticas. Antes bien, piensan que un gobierno de izquierdas tiene la obligación de llevar a cabo reformas radicales, sin importarles que el mismo gobierno que dicen apoyar se vaya debilitando y pierda el consenso de otras fuerzas que quizás también los ayudaron a acceder al poder, como fue el caso con la Democracia Cristiana chilena. La historia, dicen los extremistas, está llena de "idiotas útiles".

Así, radicalizaciones y fugas hacia adelante parecen ser constantes en los gobiernos de izquierda. Y es que, ante la desesperación por lo lento de las reformas, nace la tentación de la dictadura (individual o “del proletariado”) y la del totalitarismo. En esta tentación pueden caer personas cercanas a los gobernantes y, a menudo, los gobernantes mismos. Este último es el caso de Venezuela, en donde la tentación totalitaria se está expresando y llevando a cabo por el mismo presidente de ese país.

Una cosa semejante podría suceder en México, en donde tenemos un candidato que, desde su postulación, se ve apoyado por tres diferentes partidos de izquierda (PRD; PT y "Convergencia") y por un movimiento (MORENA). Ese mismo candidato ya está diciendo que va a dar puestos a personajes de tendencias diversas en su futurible gabinete (¿quizás si será, una vez más, "legítimo"?). ¡Claro! La única posibilidad real de que llegue al gobierno es que muchas fuerzas de la desperdigada izquierda se le unan en la esperanza de tener cada una su cachito de poder y de aprovecharlo para radicalizar al mismo gobierno. Y ello podría suceder en rubros tan diversos como la economía, la escuela, la salud, los medios, la moral, etc.
Un ejemplo de lo que podría ser la radicalización de la izquierda lo tenemos con la CNTE y los desmanes que han producido en estos días. No es un secreto para nadie que esa formación apoya a AMLO y que, en caso de un gobierno de izquierdas, haría parte de su gobierno, directa o indirectamente. Lo que pudiera suceder con la educación, lo dejo juzgar al lector.

En el caso de un gobierno de izquierda en nuestro país, lo que sucedería, y no es pura fantasía, es que asistiríamos a un proceso de radicalización que pondría en crisis la legitimidad constitucional y anegaría el consenso político. En esa eventualidad, sin embargo, no está claro si la radicalización vendría del mismo presidente o de otras personas y movimientos. Eso dependería de lo que el filósofo francés Jacques Maritain llamaba "temperamentos de gobierno": un temperamento de derecha tiende a preferir la injusticia al desorden, mientras que un temperamento de izquierda, idealista, prefiere el no-ser a lo que existe. El problema, como señala ese mismo filósofo, está en que nada excluye que al frente de un gobierno de izquierdas esté una persona cuyo temperamento es de derechas. Un caso citado por Maritain es el de Lenin, lo que dio pie al francés para concluir que “no hay revoluciones más terribles que las revoluciones de izquierda llevadas a cabo por temperamentos de derecha” (El campesino del Garona, cap. II).

En caso de ganar las elecciones, López Obrador tendría que escoger entre tres opciones: a) verse en la necesidad de poner freno a sus compañeros radicales, lo que sería inmediatamente definido por éstos como “reacción”, con el riesgo de que lo obliguen a volverse cada vez más severo con ellos; b) optar, al contrario, por volverse un gobernante consenciente y débil frente a quienes rebasarán los límites de la legalidad; c) última y más drástica posibilidad, asumir él mismo los excesos ilegales considerándose él estar por encima de la ley, con todas las consecuencias del caso. De cualquier manera, frente a la radicalización de la izquierda, Andrés Manuel tendría que enfrentar la cuestión “amlótica”, es el caso de decirlo, de “ser o no ser” un tirano.